Museo Tren de Chimbacalle
DIRECCIÓN: Quilotoa s/n y Sangay, estación Eloy Alfaro (Chimbacalle)
HORARIO: miércoles a domingo 09h00 a 13h00 y 14h00 a 16h30
PRECIOS: entrada libre
El Museo del Tren Chimbacalle forma
parte de la edificación de la Estación del Tren Eloy Alfaro (Chimbacalle), que
fue elegida en el 2011 como el Primer Tesoro del Patrimonio Cultural Material
de Quito.
Cuenta con una exposición permanente que
invita al público a recorrer la historia del tren ecuatoriano y descubrir la
importancia que tuvo para el desarrollo del país. En esta exhibición se
pueden encontrar varios objetos de principios del siglo XX, todos necesarios,
en su momento, para la operación de tren.
El público puede aprender sobre
distintos fenómenos físicos, que forman parte del funcionamiento del tren,
gracias a elementos interactivos que explican: el efecto doppler, los
mecanismos del peralte y de biela – manivela.
Además, los visitantes pueden apreciar
la antigua locomotora a vapor N° 17 que se encuentra en el andén de embarque y
desembarque y disfrutar de una bebida en el “Café del Tren”.
En
el ingreso, ubicado en la calle Sincholagua, la gran locomotora número 17 da la
bienvenida a los turistas. Este tren llegó al Ecuador en 1917 y está acompañado
por la número 169 que data de 1963. Al mirar las máquinas, los visitantes no
dejan pasar la ocasión para tomarse una foto. Quieren retratarse con el medio
de transporte que logró unir la Sierra y la Costa, como era el anhelo más
sentido del general Eloy Alfaro.
La estación de
Chimbacalle cumplió 105 años de la llegada del primer tren, un 8 de junio de
1908. El nombre se debe a que en ese lugar había una calle paralela al ingreso
principal de Quito. Se deriva del híbrido de la palabra en quichua, chimba (que
significa al frente) y calle. Por lo que significa ‘calle de enfrente”.
En la novela que
narra la historia de la construcción del ferrocarril de Ecuador, ‘ La Nariz del
Diablo’ (Colección Luna Libre, 2010), la escritora Luz Argentina Chiriboga
recrea el júbilo que se vivió en Quito, aquel día: “La Maravilla Negra hace su
aparición. La primera locomotora, con el número 12, saluda al pueblo quiteño
con una pitada larguísima, que es contestada con frenéticos gritos: -¡Viva el
ferrocarril! ¡Viva Alfaro!”.
Varios días duró
la fiesta tras el arribo de la gran máquina. “Ella trajo el desarrollo de
la capital, pues en sus vagones llegó el material para los grandes edificios
del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), la Contraloría y el Banco
Central del Ecuador (BCE)”, cuenta Guido Jaramillo Garcés, un maquinista que
trabajó durante 30 años en el manejo de las locomotoras y ahora lidera la
Hermandad de Ferroviarios.
Jaramillo dice
que manejó el tren desde 1955 hasta 1985, cuando la estación “estaba abierta
las 24 horas del día, pues los trenes entraban y salían con mercadería”. La
permanencia de maquinistas, como él, obligó a levantar un edificio que
funcionaba como residencia de los obreros, pues debían estar presentes para
recorrer las rutas que partían desde Quito hacia Durán y viceversa.
También fue
necesario levantar un gran bloque que almacenaba la mercadería para transportar
y el andén de llegada y salida de pasajeros. Actualmente, la infraestructura se
restauró y tras la inauguración del espacio remodelado, el 5 de junio de 2010,
algunos espacios han sido redistribuidos. Las bodegas funcionan hoy como
salones de uso múltiple en la parte baja, seguidas por el Café del tren y las
oficinas de Atención al cliente, donde se venden los boletos.
En el piso
superior están las oficinas de la Hermandad de Ferroviarios Jubilados. Las
bromas y las risas delatan a este espacio, en el que los antiguos maquinistas
capacitan a 17 personas como aspirantes a ayudantes y mecánicos. Ellos serán la
nueva generación de tripulantes. Así heredarán los conocimientos que
aprendieron en México, Argentina, Brasil, España y Colombia, cuando los
capacitaron.
Otros bloques
funcionan como oficinas y en uno de ellos se adecuó el Museo del Tren, cuya
entrada es gratuita. En esta antigua bodega existen diferentes implementos que
se encontraron en el edificio abandonado y en las locomotoras. El paso del
tiempo se evidencia en el color amarillo que impregna las hojas de los libros
del embarque de los pasajeros, que asoma en una caja de cristal que lo cuida.
También está el coche y las pesadas herramientas con las que arreglaban los
trenes, cuando se averiaban en la vía.
El recorrido
estremece cuando asoman grandes fotos de los accidentes sufridos en la
ferrovía. La mayoría de cuadros retrata las recurrentes tragedias en el río
Chanchán, ubicado en el cantón Alausí, de Chimborazo. Sus aguas arrasaban las
rieles por la crecida, en invierno. También se puede conocer a los empresarios
que planearon el tren y a los pasajeros que viajaron en esa época.
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